El papa Francisco publicó hoy la encíclica “Laudato Si (Alabado seas en latín). Sobre la protección de la casa común”, que constituye la primera gran carta encíclica del pontificio sobre medio ambiente. Francisco señala que la ciencia es clara respecto al cambio climático y que éste es un asunto moral para la iglesia católica. Hay que afrontar el cambio climático, sostiene, para proteger tanto a las poblaciones más vulnerables como al planeta.
131. Quiero recoger aquí la equilibrada posi¬ción de san Juan Pablo II, quien resaltaba los be-neficios de los adelantos científicos y tecnológi¬cos, que «manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de Dios », pero al mismo tiempo recordaba que «toda intervención en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas». Expresaba que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones de la biología molecular, completada con otras disci¬plinas, como la genética, y su aplicación tecnoló¬gica en la agricultura y en la industria », aunque también decía que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada manipulación genética» que ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es posible frenar la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el despliegue de su capacidad creadora, tampoco se puede in¬habilitar a quienes tienen especiales dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas capaci¬dades han sido donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden dejar de replantearse los objetivos, los efectos, el con¬texto y los límites éticos de esa actividad humana que es una forma de poder con altos riesgos.
132. En este marco debería situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre los vegetales y animales, que hoy implica mutacio¬nes genéticas generadas por la biotecnología, en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad material. El respeto de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la misma ciencia biológica, desarrollada de manera independiente con respecto a los intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es aquella que actúa en la naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida por Dios»
133. Es difícil emitir un juicio general sobre el desarrollo de organismos genéticamente modifi¬cados (OMG), vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden ser muy diversos entre sí y requerir distintas consideraciones. Por otra parte, los riesgos no siempre se atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada o excesiva. En realidad, las mutaciones genéti¬cas muchas veces fueron y son producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas provo¬cadas por la intervención humana son un fenó¬meno moderno. La domesticación de animales, el cruzamiento de especies y otras prácticas anti-guas y universalmente aceptadas pueden incluir¬se en estas consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los desarrollos científicos de cerea¬les transgénicos estuvo en la observación de una bacteria que natural y espontáneamente producía una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con la velocidad que imponen los avances tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un desa-rrollo científico de varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación contun¬dente acerca del daño que podrían causar los cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de estos cultivos, se constata una concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción di¬recta». Los más frágiles se convierten en tra¬bajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad pro¬ductiva y afecta el presente y el futuro de las eco¬nomías regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos nece¬sarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estéri¬les que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras.
135. Sin duda hace falta una atención cons¬tante, que lleve a considerar todos los aspectos éticos implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la información, que se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las variables ati¬nentes. Es preciso contar con espacios de discu¬sión donde todos aquellos que de algún modo se pudieran ver directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores, autoridades, científi¬cos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus problemá¬ticas o acceder a información amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo, por lo cual su tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor esfuerzo para fi¬nanciar diversas líneas de investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la in¬tegridad del ambiente, y con razón reclaman cier¬tos límites a la investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen todos los lími¬tes cuando se experimenta con embriones huma¬nos vivos. Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su desarro¬llo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
Principio de precaución
186 En la Declaración de Río de 1992, se sos¬tiene que, « cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces »132 que impidan la degradación del medio ambiente. Este princi¬pio precautorio permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para de¬fenderse y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una compro¬bación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la prueba, ya que en estos casos hay que apor¬tar una demostración objetiva y contundente de que la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo habitan.
187 Esto no implica oponerse a cualquier in-novación tecnológica que permita mejorar la cali¬dad de vida de una población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos elemen¬tos de juicio a partir de la evolución de la infor¬mación, debería haber una nueva evaluación con participación de todas las partes interesadas. El resultado de la discusión podría ser la decisión de no avanzar en un proyecto, pero también podría ser su modificación o el desarrollo de propuestas alternativas.
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de autotrascenderse, rompien¬do la conciencia aislada y la autorreferencialidad,
es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede de-sarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad.
104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el cono-cimiento de nuestro propio ADN y otras capaci-dades que hemos adquirido nos dan un tremen¬do poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo ente¬ro. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas ató¬micas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totali¬tarios al servicio de la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto po¬der? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad.