Patricia Molina, 16 Abril 2013
¿Podrá el modelo de gestión territorial o Plan de Vida presentado, desarmar el conflicto, resolver las necesidades y expectativas de los pueblos del TIPNIS y garantizar el respeto a sus derechos, visiones y propuestas?
Cuando Evo Morales llegó a la presidencia de Bolivia, el país llevaba transitando más de dos décadas de políticas neoliberales de privatización, atracción de inversiones extranjeras y apertura de la economía al mercado global. Las luchas populares contra esas políticas llevaban también acumulando experiencias organizativas desde la incansable resistencia a la privatización petrolera liderada por el ingeniero Enrique Mariaca, la Guerra del Agua, el cerco campesino a la ciudad de La Paz, que entre los muchos acuerdos logrados, prohibió los transgénicos y finalmente la Guerra del Gas que generó la salida del entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Fueron esas luchas de resistencia popular las que permitieron la victoria electoral del gobierno de Evo Morales.
Atrás había quedado la década de sustitución de las importaciones. El contexto económico y geopolítico era muy diferente, con un papel creciente de China en la geopolítica global y un rol de país subimperialista del vecino Brasil, acentuando formas coloniales de división del trabajo y del espacio territorial, y consolidando el carácter exportador de bienes primarios del país o el modelo de acumulación por despojo.
Las desigualdades sociales y la exclusión, la falta de solidaridad y pérdida de identidad colectiva, una cultura política fragmentada e individualista, sin participación ni democracia real, la aparición de “estados paralelos” u organizaciones al margen de la ley apoyadas por fracciones de la población, relacionadas con la economía ilegal, la criminalidad y el narcotráfico, fueron también las consecuencias de las transformaciones económicas, políticas y culturales que produjo el neoliberalismo. La sociedad, cada vez más expuesta a una industria cultural globalizada, dejaba el referente nacional para asumir los valores y patrones de consumo del poder económico transnacional.
Por tanto, el proceso de cambio para ser tal, requería de rupturas profundas con estas formas de inserción en el mercado mundial y la apertura de un proceso de transformación de la organización natural del trabajo, eliminando las necesidades materiales para garantizar un desarrollo sin obstáculos de las fuerzas vitales de cada individuo y de la responsabilidad colectiva, en el marco de la construcción de una verdadera democracia. Si esto no ocurría, la posibilidad de descolonizar el Estado encontrando alternativas al desarrollismo, quedarían muy lejos y se fortalecería el orden existente.
El proceso de cambio tenía que reconocer efectivamente la profunda heterogeneidad histórico cultural existente al interior del territorio nacional. Ello era imprescindible para impulsar la articulación de la sociedad plural dentro de cada región y en consecuencia lograr profundas transformaciones culturales y la construcción del nuevo Estado, de manera democrática. Las negociaciones interculturales y la transformación del imaginario social son procesos complejos y largos y de ninguna manera dichas negociaciones y transformaciones pueden ser impuestas desde el poder, como señala el fracaso de los procesos revolucionarios del siglo pasado.
Pero las confrontaciones de lógicas político civilizatorias diferentes al interior del proceso de cambio parecieron dar prioridad a la lógica nacional popular antes que a la descolonización del Estado monocultural -que bajo la noción del Vivir Bien- cuestione el capitalismo, los patrones productivos y el extractivismo. En la lógica nacional-popular que priorizó la soberanía nacional, la redistribución de la riqueza, el fortalecimiento del estado, la presencia estatal y las políticas públicas de incremento del gasto social y de los subsidios, el proyecto de modernidad sigue apostando a un crecimiento sin fin y a modalidades de inserción primario exportadora en la economía global. El argumento esgrimido para el neoextractivismo del gobierno del proceso de cambio es que a corto y mediano plazo no existen opciones a la explotación de hidrocarburos, a la minería a cielo abierto a gran escala y a los monocultivos, ya que estas constituyen las principales fuentes de ingreso fiscal.
En este contexto resulta llamativa la declaración del presidente de una de las comisiones legislativas quien anunció al inicio de semana que el tratamiento de las leyes sobre el TIPNIS[i] La conflictiva decisión de impulsar la construcción de una carretera a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure a pesar de la firme oposición de los pueblos indígenas que viven en dicho territorio y atendiendo a la exigencia de los colonizadores de la zona, produjo profundas divisiones en la sociedad boliviana. Debido a las consecuencias del polémico debate nacional expandido internacionalmente, las reparticiones estatales se vieron en la necesidad de organizar eventos como el del Solsticio de verano, el 21 de diciembre en la Isla del Sol, para intentar recuperar la confianza de los movimientos ecologistas internacionales. El instrumento para defenestrar a líderes indígenas y organizaciones protagonistas del debate público, fue entonces y posteriormente, el libro Geopolítica de la Amazonía, de autoría vicepresidencial.
Referencias:
-Oscar Madoery. 2001. El valor de la política de desarrollo local, en Transformaciones globales, instituciones y políticas de desarrollo local. Homo Sapiens Ediciones, Rosario. Argentina.
-Wilhelm Reich. 1955. En defensa de la democracia, en La función del orgasmo. Editorial Paidós.
-Edgardo Lander. 2011. El estado de los actuales procesos de cambio en América Latina: proyectos complementarios/divergentes en sociedades heterogéneas, en Más allá del Desarrollo. ABYA YALA. Universidad Politécnica Salesiana y Fundación Rosa Luxemburgo.